El ocaso que no es adiós

Lunes, 10 de febrero del 2025 / Fuente: La Demajagua Digital / Autor: Anaisis Hidalgo Rodríguez

Desde la inocencia de sus primeros años, Iris Betancourt Téllez llevó en sus ojos la chispa de lo inexplorado; pero lo suyo, no era la simple curiosidad de una niña, sino el anhelo de desentrañar los misterios que yacen bajo la superficie de lo aparente. Su alma, ávida de respuestas, encontró en los libros y en las preguntas sin dueño el mapa para navegar un mundo donde la ciencia y la humanidad se entrelazan como raíces de un mismo árbol.

Hija de padres campesinos, nació en el Segundo Frente Oriental, en Santiago de Cuba, donde la tierra guarda innumerables sucesos históricos que cimentaron el triunfo de la Revolución cubana, quizás de ahí su estirpe fidelista.

Su camino hacia la ciencia no fue casualidad, sino el fruto de mentores excepcionales y un espíritu incansable: “Mis profesores me instruyeron para que viera la ciencia como una herramienta para transformar realidades”, recuerda con gratitud.

LOS CIMIENTOS

En las aulas de la escuela vocacional Vladimir Ilich Lenin, templo de jóvenes promesas, Betancourt Téllez descubrió que el conocimiento no se encierra en frascos de laboratorio. Los círculos de interés fueron ventanas a universos insospechados: hombres y mujeres de batas blancas que, en silencio, libraban batallas contra lo desconocido.

“Ahí entendí que la ciencia no era solo teorías, sino acción”, afirma.

Sus profesores, singulares seres humanos y académicos, sembraron en ella el valor del conocimiento aplicado a la solución de problemas.

Tras graduarse en la especialidad de Anatomía Patológica, Iris se sumergió en el corazón de la investigación veterinaria, en la que estudió males, como la muerte súbita y el síndrome hemorrágico del ganado bovino, que la hicieron merecedora junto al resto del equipo de un Premio Álvaro Reinoso.

En el Instituto de Ciencias Veterinarias de Leningrado, llevó a cabo su tesis doctoral, en torno a los cambios patomorfológicos en la hipófisis, glándulas adrenales y tiroides de terneros recién nacidos durante la diarrea no infecciosa, y aparejada a esta, desarrolló el estudio de los cambios morfológicos en el intestino delgado de terneros recién nacidos.

Entre microscopios, muestras e investigaciones, su nombre comenzó a tejerse con hilos de rigor, pero el universo, caprichoso, la llamó a un sendero más amplio: el liderazgo.

Desde temprano, asumió el desafío de dirigir, lo mismo en las aulas del otrora Instituto de Ciencias Agropecuarias (Iscap), el Instituto de Investigaciones Agropecuarias Jorge Dimitrov, la Delegación territorial del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (Citma) y el Polo científico, que tutela desde 1993, debatiéndose como experta en la conducción de la política de ciencia y las responsabilidades administrativas.

“Dirigir exige sacrificar horas que podrías dedicar a publicar artículos o a profundizar en un estudio. Siempre me ha acompañado un buen colectivo de trabajadores y de dirección, a los cuales nos une la camaradería, el respeto y el acompañamiento en los momentos difíciles. Eso me ha ayudado a enfrentar las tareas”.

FOTO Rafael Martínez Arias

Aunque admira a quienes logran equilibrar vida en el hogar y científica, Betancourt Téllez reconoce que, para ella, la balanza se inclinó hacia el liderazgo. Su familia -primeramente sus progenitores y después su esposo, hermanos, sobrinos- fueron su sostén: “Sin ellos, no habría podido enfrentar tareas muchas veces agotadoras”.

MUJER DE ESTADO Y DE PUEBLO

Su compromiso trascendió las paredes de la academia. Tejió su voz en el tapiz de decisiones que moldearon a Cuba durante los 25 años que fungió como diputada de la Asamblea Nacional del Poder Popular y como miembro del Consejo de Estado, durante dos mandatos, -uno de ellos liderado por Fidel Castro, y el otro, por el General de Ejército Raúl Castro.

Coordinó la rehabilitación de la Cuenca del Cauto, un proyecto colosal que requería atención en Santiago de Cuba, Holguín, Granma y Las Tunas. Con el apoyo del Ejército Oriental, así como de ministros y presidentes de las asambleas provinciales, el Instituto de Recursos Hidráulicos y la Agricultura, se unieron fuerzas bajo su liderazgo.

En aquellos días, caminó junto a gigantes. Las enseñanzas de Fidel y Raúl se grabaron en su espíritu como surcos en la tierra.

FOTO Cortesía de la entrevistada

“Estar cerca del Comandante fue uno de los regalos más grandes que me ha dado la vida, y un desafío. Cada palabra suya era una lección de entrega. Siempre traté de honrar la confianza que depositaron en mí”, refiere mientras sus ojos brillan al evocar el día en que Raúl, con gesto sencillo, les presentó a los choferes que la moverían dentro de la ciudad de Santiago, (Vasquecito y Maro), dos seres que Iris idolatraba desde los seis años, de entre toda esa tropa de hombres verde olivo que  pasaban por delante de su casa.

“La grandeza humana de nuestro General de Ejército, también se mide en esos pequeños detalles que iluminan el alma”, sentenció.

FOTO Cortesía de la entrevistada

LOS RETOS QUE LE IMPUSO EL COMANDANTE

En el año 92 se empiezan a formar los polos científicos en Cuba con el objetivo de integrar esfuerzos del sector del conocimiento y el productivo para impulsar la obtención y generalización de resultados de la ciencia.

“Prácticamente cerraba el año y Granma no había concretado el suyo. Fidel le dijo a la entonces Ministra del Citma, Rosa Elena Simeón Negrín: ‘Yo te voy a decir cómo va a ser el Polo científico de Granma’, y él mismo le detalló en un papelito los programas que atendería, y para sorpresa mía, me designan coordinadora del polo.

“En un taller de experiencias en el que por primera vez comparecería ante su enigmática figura, Fidel hizo un alto y preguntó: ¿Por fin se constituyó el Polo de Granma? ¿Invitaron a la compañera? ¿Dónde está?

“Yo, por supuesto, me puse de pie para que él me viera. Fue un breve momento, pero inolvidable y significativo.

“Tiempo después, paso a dirigir el Dimitrov, para entonces yo sentía esa sobrecarga de trabajo y hablé con Rosa Elena para que delegara en otros compañeros la dirección del Polo, y me dijo:

-Bueno, eso por una cuestión de respeto, lo tengo que consultar con Fidel, porque él fue quien te propuso.

Así que si tú quieres le dices que no te sientes en condiciones de seguir en esa tarea; yo me dije, ¡qué va, por nada del mundo! Hasta el día de hoy sigo siendo la coordinadora del Polo. Lo haré hasta que me jubile. Es un compromiso personal con el Comandante”.

LEGADO QUE FLORECE

Aunque a veces al mirar atrás se siente el peso de los artículos no escritos y de las investigaciones que no pudo concretar, Betancourt Téllez consagró 22 años a la docencia, lo cual la hizo merecedora de la Distinción por la Educación cubana, y cultivó generaciones de científicos que hoy siembran sus propias huellas.

“He guiado a mentes más luminosas que la mía; he formado generaciones de cuadros mejores que yo, lo digo sin falsa modestia; porque son más jóvenes y tienen mayor preparación, porque para dirigir ciencia, no basta con ser un científico, hay que entender este sector, saber acompañarlo y exigir”.

Hoy, como miembro Honor de la Academia de Ciencias de Cuba, sueña con crear una filial en Granma: “Talento tenemos; solo falta consolidarlo”.

En cuanto a la materialización de la política de ciencia en nuestro territorio, es una convencida de que no hemos logrado una sistematicidad en la aplicación de los resultados científicos. Considera que podríamos lograr mucho más en la producción de alimentos si se diera un acompañamiento efectivo y una mayor comprensión de estos procesos.

Aunque el reloj marca su jubilación, Betancourt Téllez  no contempla su marcha en silencio: “Mientras tenga lucidez, seguiré apoyando a los jóvenes y a mi equipo hasta donde sea posible”, promete.

Su trayectoria, es un testimonio de que la ciencia no solo se hace en laboratorios, sino en la capacidad de inspirar, dirigir y servir. No siempre el camino fue fácil. Hubo ciclones que aventaron proyectos y también sonrisas que hicieron más llevadero el camino.

En medio de la adversidad, Iris Betancourt Téllez supo escribir con acciones, más que con tinta. Su vida, un puente entre el rigor de la academia y el arte de dirigir, enseña que el conocimiento verdadero no se encierra en páginas, sino que  se riega, como savia, en el corazón de los que nos sucederán



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