Mipymes de innovación desde las universidades y los centros de investigaciones

Lunes, 9 de septiembre del 2024 / Fuente: Cubadebate / Autor: Luis A. Montero Cabrera

El inmenso talento e iniciativa del pueblo de Cuba se despliega todos los días de nuestras vidas en cualquier ámbito y hasta se constituyen en formas de creación de valor económico. Décadas de un cerco brutal por parte de la potencia más poderosa y cercana del mundo y de adaptaciones infructuosas de modelos económicos ajenos a un socialismo funcional nos han enseñado. La felicidad y hasta el bienestar material se pueden lograr aplicando el talento individual y colectivo en cualquier aspecto de la vida. Un ejemplo claro de ello es que no pocas necesidades de la vida diaria que el sistema comercial formal no satisface en modo alguno resultan cubiertas por los intercambios y el comercio informales, aunque muchas veces más mal que bien.

La parte más visible de esa realización del talento cubano lo constituye nuestro modesto sistema de “creación de conocimientos”. Se le conoce como el Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (SNCTI). Una parte mayoritaria está en las universidades, instituciones del sector biotecnológico y farmacéutico, y en algunas ramas de la industria y la agricultura. Puede ser extraordinariamente efectivo e innovador como lo demostraron las vacunas cubanas contra la COVID, que superaron competitivamente muchos de los mayores logros mundiales en ese sentido.

Durante muchos años nuestra política científica ha tenido un asentamiento en la visión utilitaria de la investigación científica. Todos los documentos que la han postulado incluyen el concepto de que los resultados deben introducirse en la producción y servir a la economía y a la sociedad. Sin embargo, son muchos los que han demostrado una potencial utilidad para la creación de valor económico y bienestar de los cubanos que nunca han tenido oportunidad alguna de alcanzar las posibilidades anunciadas y perseguidas por sus investigadores. De hecho, este problema nodal es el foco de atención actual de la dirección del ministerio encargado de esas misiones.

Por lo tanto, tanto la creatividad e iniciativas de la vida diaria en nuestra sociedad como muchos resultados científicos que pueden producir valor económico padecen de una desconexión entre la creación del conocimiento específico y la creación del valor económico. Tales resultados aparecen atractivos para ser usados en una economía dinámica pero no logran participar jamás en ella. Incluso puede ocurrir que al poco tiempo se presenta un producto similar procedente del extranjero como una importación.

Nuestro actual diseño económico responde a una planificación conceptualmente afectada donde la evaluación de los bienes y servicios es incierta por carecer de una referencia monetaria única y donde no se considera la competencia como elemento dinamizador. Estos dos factores, al menos, son desalentadores para que las entidades que deberían ser emprendedoras, las empresas en buen español, demanden resultados a los creadores de conocimientos en el SNCTI. Sin saber cuánto vale lo que se produce y sin la interacción dialéctica de la competencia como elemento de progreso no hay forma de lograr que un sistema económico se sostenga por sí mismo y mucho menos que se pretenda cambiar algo para mejorarlo o fomentar un nuevo campo productivo.

Esta desconexión se puede manifestar también de alguna forma en países de demostrada eficiencia económica, pero en otra escala más compleja. Una gran empresa suele concentrarse en los aspectos más acuciantes de su competitividad y pueden pasarle inadvertidos descubrimientos aparentemente pequeños. Como saben que esto puede ser así, dedican una parte importante de sus beneficios económicos a lo que se conoce como el capital de riesgo, invirtiéndolo en propuestas de los creadores de conocimientos que podrían se prometedoras. Si fracasan nueve de cada diez no es tan importante, porque la que triunfó cubre con creces las pérdidas y puede dar ganancias fabulosas. Encuentran así una solución a la desconexión con pequeños emprendimientos, empresas, para desarrollar los productos prometedores.

A esas empresas que surgen de las universidades y centros de investigaciones con el capital inicial proporcionado por los grandes productores se les suele llamar “spinoff” (desprendimientos) del sector de creación de conocimientos. Suelen ser pequeñas y su gestión tiene componentes administrativos y científicos en proporciones adecuadas para lograr el mayor éxito posible.

¿No se trata de una forma de proceder completamente asimilable en un país donde la economía y la plusvalía social debe ser de todo el pueblo? Algo como esto se podría constituir en una solución para fomentar aquellos resultados novedosos y prometedores del SNCTI que no han tenido demanda de las entidades creadoras de valor en nuestro esquema económico.

Existe incluso un hermoso ejemplo en nuestra historia de la ciencia y la tecnología: la computadora cubana. Contado rápidamente: A finales de los años 60 del pasado siglo la irrupción de las computadoras en la vida social y económica del mundo era tan atractiva y prometedora como la de la inteligencia artificial en nuestros días. Fidel era un líder paradigmáticamente revolucionario y a él llegó de alguna manera que era posible hacer una computadora cubana. Y no cualquiera. Era posible hacer una que emulara una de las más modernas de entonces, como la PDP8 norteamericana. Aparecieron entonces en escena varios emprendedores y revolucionarios entre los que se encontraban dos profesores de la Facultad de Tecnología de la entonces completa Universidad de La Habana (UH).

Uno de ellos, el Ing. Luis Carrasco era una excelente organizador y buen conocedor del tema. El otro era el Ing. Orlando Ramos, estudioso y sabio de las tecnologías de las computadoras desde las ciencias básicas. Entre ambos, la participación de una pléyade de jóvenes talentosos de diversas facultades de la UH, y el apoyo decidido y efectivo del gobierno, se creó el “Centro de Investigación Digital” (CID) de esa universidad. Se diseñó y construyó allí un prototipo de la computadora cubana cuya versión efectiva de denominó CID-201B. Se generó también el LEAL (“Lenguaje Algorítmico”) que era un lenguaje de programación nuevo y probablemente sin precedentes y procedentes, porque sus instrucciones estaban en lengua castellana. La computadora cubana jugó ajedrez dos veces con Fidel y siempre le ganó. La historia posterior está llena de luces y algunas sombras, pero ciertamente se produjo un hito de referencia de nuestra ciencia y nuestra economía.

¿No fue el CID un caso paradigmático de lo que hoy sería una “mipyme” o “spinoff” para asociar la creación de conocimientos con la creación de valor? La creación de una “mipyme de innovación” puede ser una salida exitosa si se trata de llevar adelante un resultado científico o tecnológico novedoso y prometedor. Se le daría así la oportunidad de florecer y convertirse en multiplicador de valor. Ese es un camino que podría ser muy transitado en nuestras políticas científicas y económicas.

Ciertamente hace falta dinamismo, poca burocracia, descentralizaciones, capital inversionista preferiblemente público, personas que sepan lo que se quiere producir y los que sepan o aprendan a gestionar los procesos. Pero todos esos son ingredientes que se pueden juntar aún en nuestro pueblo con los debidos incentivos. Hace falta también, eso sí, que se “cambie lo que debe ser cambiado” y también ejercitar el pensar y hacer revolucionario del dueño se esta frase. Ya lo tuvimos cuando se crearon las vacunas hace unos pocos años. ¿Por qué no seguimos ese camino?

 



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