Como conversamos en espacios anteriores, en las imágenes de satélite podemos ver numerosos fenómenos, algunos de tipo puramente meteorológicos y de otra índole, pero que se manifiestan en dicha información. Explicamos en una ocasión un poco más acerca de estas, como se obtenían y que era realmente lo qué estábamos viendo en las mismas.
Hablábamos que, por ejemplo, en las imágenes visibles podíamos ver información de manera similar a como la veríamos si estuviéramos a bordo de los satélites y solo durante el día, pues estas requieren de una cantidad determinada de radiación solar. Por otro lado están las infrarrojas, que más comúnmente vemos en los medios y que están disponibles las 24 horas del día, ya que nos muestran la temperatura de los objetos, según la energía que estos emiten y llega al satélite. Es precisamente esta cualidad la que nos permite diferenciar la altura de las nubes, las zonas de tormenta más intensas, pero también es interesante en muchas ocasiones ver la superficie terrestre. En este punto hay que aclarar que, aunque vamos a usar genéricamente el término de imágenes infrarrojas, estas son de distintos tipos y en todas no se ven de la misma manera los fenómenos.
Cuando las nubes nos permiten ver libremente la superficie terrestre, la información que llega desde esta también tiene utilidad. Sí claro, podemos “ver” la temperatura de la superficie, ¿pero qué podemos sacar de ella?
Como ejemplo, en esta imagen se ven numerosos puntos negros, indicando altas temperaturas concentradas en esas localidades, pero no por calor sino por incendios forestales. Cada uno de esos puntos calientes representa un incendio lo suficientemente intenso o extenso como para ser captado por el satélite a más de 35 000 kilómetros de distancia.
Compárela con su contraparte visible (que realmente es una combinación de varias imágenes independientes) y verá que fue una tarde de pocas nubes y mucho humo, hace casi un año atrás.
En nuestro invierno, en las noches de temperaturas notablemente frías, que como vimos en una entrega anterior ocurren en condiciones de muy poca nubosidad, podemos ver como la tierra rápidamente se enfría y toma una tonalidad blanquecina, casi comparable con la de las nubes. Tal es así, que en esa situación al tener una temperatura similar la superficie terrestre y la nubosidad que pueda estar o pasar sobre ella, hace esta última virtualmente indetectable.
En estas “noches blancas” el enfriamiento de la superficie terrestre es tal que nos permite delinear perfectamente pequeños cuerpos de agua, como presas y embalses, que se enfrían menos que la superficie.
Esta temperatura que pudiera ser estimada por los satélites corresponde a la superficie, no representa la del aire cercano a la misma, por lo que puede ser varios grados inferior a la real que miden los termómetros, ubicados poco más de un metro de altura. Lo contrario ocurre cuando vamos al otro lado de la escala, la temperatura del suelo puede ser mucho mayor que la ambiente, aunque guarden cierta relación ya que, para que exista un calentamiento extremo en la superficie, tienen que darse condiciones que también lo propician en el aire. Como ejemplo reciente tenemos esta imagen de julio de 2023, mostrando temperaturas del suelo de más de 60 grados Celsius en la Península Ibérica.
Como cierre les dejo esta imagen infrarroja de la medianoche de hoy, donde podemos prescindir de los contornos habituales y aun así, la gran diferencia de temperaturas nos permite delinear perfectamente casi todos los accidentes geográficos del área.
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