La fábula del elefante y los ciegos, la ciencia y la economía

Martes, 14 de noviembre del 2023 / Fuente: Cubadebate / Autor: Luis A. Montero Cabrera

Los cubanos tenemos el privilegio de que se nos enseña en la escuela la forma de pensar de un grande como era Martí. Es de los tantos aspectos que influyen en nuestra condición nacional y que no pocas veces ha servido para distinguirnos para bien. Todos recordamos la lectura de un hermoso cuento de La Edad de Oro, que se llama “Un paseo por la tierra de los anamitas”. Este comienza con el relato de una fábula que fue popular en la India y ha trascendido a todas las civilizaciones. Se trata de la de los ciegos y el elefante, que en su parte culminante se relata por el Maestro como:

“… uno [de los ciegos] se le abrazó [al elefante] por una pata: el otro se le prendió a la trompa, y subía en el aire y bajaba, sin quererla soltar: el otro le sujetaba la cola: otro tenía agarrada un asa de la fuente del arroz y el maíz [de su alimentación]. «Ya sé» decía el de la pata: «el elefante es alto y redondo, como una torre que se mueve.» «¡No es verdad!», decía el de la trompa: «el elefante es largo, y acaba en pico, como un embudo de carne.» «¡Falso y muy falso!», decía el de la cola: «el elefante es como un badajo de campana» «Todos se equivocan, todos; el elefante es de figura de anillo, y no se mueve», decía el del asa de la fuente. Y así son los hombres, que cada uno cree que sólo lo que él piensa y ve es la verdad, y dice en verso y en prosa que no se debe creer sino lo que él cree, lo mismo que los cuatro ciegos del elefante, cuando lo que se ha de hacer es estudiar con cariño lo que los hombres han pensado y hecho, y eso da un gusto grande, que es ver que todos los hombres tienen las mismas penas, y la historia igual, y el mismo amor, y que el mundo es un templo hermoso, donde caben en paz los hombres todos de la tierra, porque todos han querido conocer la verdad, y han escrito en sus libros que es útil ser bueno, y han padecido y peleado por ser libres, libres en su tierra, libres en el pensamiento.”

Una de las principales características del método que se ha ido conformando en la ciencia de conocer la realidad es precisamente la de llegar a aceptar una verdad solo cuando pueda ser percibida idénticamente por todos. La realidad de la existencia de los átomos no fue adoptada por la ciencia hasta que los experimentos que lo demuestran se pudieron reproducir independientemente, como los ciegos con el elefante, lo mismo por científicos chinos, que alemanes, que de cualquier otra parte del mundo.

Ciertamente, la fábula puede aplicarse también a algunos aspectos de la situación actual de nuestra economía.

La forma que tiene el mundo moderno de conocer cómo se desenvuelven las relaciones de valor material, de su producción y distribución, por lo que los humanos de hoy nos guiamos para el bienestar y la supervivencia, es a través de una unidad de medición que hemos inventado llamada “dinero”. Muchos lo asocian automáticamente con la riqueza, sin darse cuenta de que solo tiene sentido si cumple su misión de traducirse irrestrictamente en bienes o servicios equivalentes. Un millón de dólares en efectivo no es más que un bulto de papel si nadie lo aceptara en un mercado como pieza de cambio. Por ello, el dinero y su capacidad liberatoria son una misma cosa.

En nuestro contexto económico actual tenemos una situación singular. De hecho, nuestro dinero puede verse por cada uno de forma muy diferente. Un asalariado del estado lo tiene que seguir viendo como quedó al implantarse el ordenamiento desde enero de 2021. Así permanece su salario y el precio de muchos medios básicos como la energía y los alimentos normados.

Una persona que sea mantenida o ayudada desde el exterior lo verá en otra escala. Un dólar de los que le remiten desde agosto de 2022, se transforma más o menos en 5 veces más que los del ordenamiento. Para quienes lo ayudan resulta muy beneficioso, porque con 20 dólares solo pueden adquirir en su país de origen cerca de la mitad del tanque de gasolina de su carro. Sus beneficiarios en Cuba, sin embargo, se hacen de un salario mínimo. En términos de gasolina pueden llenar más de dos veces el tanque de un automóvil.

Pero si la persona que crea valor se desenvuelve en el sector paralelo y borroso fiscalmente de la economía cubana actual, el cambio del dólar es incierto, pero puede duplicar el de las remesas. Una persona que produzca valor y participe en el mercado de esa escala puede obtener en Cuba más de cinco tanques de gasolina por esos mismos 20 dólares.

¿Cuál es la escala por la que gobernamos nuestras relaciones de producción en una economía centralizada de supervivencia que se nos ha impuesto desde la potencia que nos bloquea? ¿Cómo se sustenta fiscalmente el presupuesto del estado, el de todos los cubanos, con los impuestos de los que ganan un salario, de los que reciben remesas y de los que trabajan en la economía paralela?

Todos estamos de acuerdo en que es muy complejo el problema de la gestión de una economía asediada hasta la “máxima presión” desde el país más poderoso del mundo. Con esas palabras lo declararon explícitamente en 2019 con el propósito expreso de hacernos sufrir, rendirnos y entregar nuestra libertad y estado constitucional. Pero para enfrentar esa colosal tarea no basta con pensar que decidimos centralmente lo que debe ocurrir, porque claramente no es así. Nuestros gestores económicos gubernamentales no disponen ni de una unidad de medida única, que es el dinero, ni de ingresos tributarios proporcionales a la creación de valor, por la baja penetración fiscal en la economía paralela. De hecho, cada vez lo es menos en la medida en que se desarrolla, inevitablemente, ese mercado de regulación borrosa y a la luz del día, sin reglas claras. Se hace evidente la necesidad de su reconocimiento y control tributario con un dinero que valga lo mismo para todos. Es un conjunto de medidas sistémicas, inevitables y urgentes, aunque su implantación pueda ser paulatina, pero inexorable.

 



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